SANTA BONIFACIA RODRIGUEZ CASTRO
Bonifacia Rodríguez de Castro nació en Salamanca, España, el 6 de junio de 1837. Sus padres Juan Rodríguez y María de Castro fueron artesanos. En su taller familiar Bonifacia aprendió el amor al trabajo, la solidaridad con los pobres y la oración. Factores que tendrían gran importancia en su vida de adulta. En su infancia frecuentó la escuela donde aprendió a “leer y escribir” y en su adolescencia aprendió el oficio de cordonera, lo que supuso una excepción en la vida de las jóvenes trabajadoras de Salamanca. Huérfana de padre a los 15 años tuvo que trabajar duro para ayudar a su familia. Comprendió lo que suponía «ganar el pan con el sudor de la frente”.
Su maduración en la fe estuvo vinculada a la iglesia de la Clerecía de su ciudad, regida por los padres de la Compañía de Jesús, empapándose de la espiritualidad ignaciana. Su director espiritual siempre fue un jesuita.
En su juventud monta su propio taller de “cordonería y pasamanería”, sin grandes pretensiones, solo para tener lo suficiente para vivir. Constituyó un espacio de trabajo y oración, con una mirada a las jóvenes pobres de la cuidad. Con sus amigas funda da Asociación de la Inmaculada y San José, con fines lúdicos, piadosos y de promoción femenina.
En 1870 llega a Salamanca el jesuita Francisco Butiñá, director espiritual de Bonifacia. En 1874 fundan una Congregación de trabajadoras, las Siervas de San José, para la santificación por medio de la oración, comprometida con la promoción femenina trabajadora. Las casas se llaman Talleres de Nazaret y tienen como modelo la Sagrada Familia. La novedad que supuso la fundación provocó el rechazo del clero y la sociedad.
Bonifacia asumió la continuación de este proyecto con fidelidad en medio de grandes dificultades: fue destituida como superiora y posteriormente excluida de la Congregación en 1901. En soledad y perdonando, continuó viviendo su vocación hasta su muerte en Zamora, el 8 de Agosto de 1905.
El seguimiento de Jesús Trabajador en Nazaret fue el eje de su vida y la promoción de las jóvenes pobres trabajadoras.
ADELA CÁCERES SSJ
FRANCISCO BUTIÑÁ HOSPITAL SJ
Francisco Butiñá (Banyoles, Girona, 1834) es ante todo un jesuita en el que la espiritualidad ignaciana prendió como semilla en su tierra propia. Ingresó en Loyola en una Compañía que acababa de resurgir de su extinción. El rasgo ignaciano de “hallar a Dios en todas las cosas” le hace vivir sin merma su ilusión primera. El «me parece que iba guiado» que había escrito Ignacio de Loyola, podía ponerlo Butiñá como encabezamiento de cada capítulo de su historia de profeta, comunicador, sacerdote, ejecutivo… todo en una pieza. Y su frase de «me moví primero por los numerosos ejemplos de nuestros mayores» con que él justificó episodios de su vida, remite a la larga serie de jesuitas que le habían precedido.
“Duele ver cómo están los campos…” Esta expresión de fáciles resonancias evangélicas, en la que Francisco Butiñá condensa su contemplación de los campos castellanos quemados por la sequía, retrata su extraordinaria sensibilidad para todo lo humano. Su capacidad de reacción y de respuesta, su intensa vida apostólica la retratarán mejor que nada. Cercano a todo ser humano, conecta inmediatamente con sus problemas y se los apropia. La revolución industrial ha irrumpido en España. Son experimentables sus efectos. Y de manera especial en el mundo de la mujer. Pero donde esta sensibilidad se desborda es ante los problemas del mundo del trabajo y del sin-trabajo.
La contemplación de Cristo artesano surge desde lo más hondo impulsándolo como una utopía a «hacer». El qué y el cómo lo irá descubriendo. Y como no le cabe dentro, proyecta primero esta utopía a una cordonera, Bonifacia, y a un grupo de obreras salmantinas. Más tarde repetirá el intento en Gerona. Y pacientemente acompaña y conduce el geminar de esta utopía. Así surge una nueva forma de vida religiosa en dos Congregaciones: Siervas de san José e Hijas de san José. Las circunstancias divinas y humanas irán configurando y torneando, no siempre con el beneplácito de Butiñá, su vida como fundador.
“Las casas de esta Congregación serán denominadas Talleres de Nazaret, siendo su modelo y ejemplar aquella pobre morada en donde Jesús, María y José ganaban el pan con su trabajo y el sudor de su rostro”. Nazaret habría de ser la síntesis personal que Butiñá se empeña proyectar sobre un mundo que desnaturaliza el trabajo, y a la persona con él, hasta destruirla. Por este reto audaz habría de pagar el precio de sí mismo, que es el precio de todos los profetas. Y lo pagaría proféticamente, viviendo, con su habitual visión providencialista de la historia humana, el despojo de su obra y las resistencias a la carga de novedad y de efectividad que su carisma entrañaba.
Hoy continua…
Una congregación de religiosas trabajadoras que desde el mismo lugar social del mundo trabajador y pobre, se compormeten en su evangelización y pormoción, con una mirada especial a la mujer pobre sin trabajo.
Una experiencia de fe enraizada en lo cotidiao de la historia, encarnada y solidaria.
Un taller donde compartir la vida de Jesús, que con María y José trabaja en Nazaret.
Un hogar inclusivo e igualitario para tod@s l@s que quieran apostar por su mismo sueño.